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Confidencias de un Letrado de Justicia. Capitulo 2: Cuestiones básicas

Era el inicio del tercer mes en que Severo se dirigía a su despacho. Estaba en una localidad marítima de menos de 30.000 habitantes. Compartía destino con otros dos compañeros Letrados de la Administración de Justicia. Livio, del Juzgado nº 1, le quedaba poco para trasladarse a una plaza más próxima a su lugar de origen y Claudia, del Juzgado nº 3, compañera de promoción y de aventuras.  Se cayeron bien desde que les presentaron en el Centro de Estudios Jurídicos. Sin esfuerzo fueron intimando, tenían concepciones parecidas sobre muchas cosas. Además las parejas de cada uno también congeniaron, con lo que todo fue muy fácil. 

Eran las ocho y media cuando atravesó la entrada del edificio judicial.  Una construcción antigua, de tres plantas. Encalada y con solera, estaba a punto de abandonarse para ocupar los nuevos Juzgados que la Comunidad Autónoma estaba ultimando. Entró en su oficina dando pequeños saltitos, pasos elásticos que mostraban -sin que él lo supiera- su estado de ánimo alegre y su juventud.  

– Buenos días, medio gritó a los cuatro funcionarios que ya estaban en sus mesas encendiendo sus ordenadores.

– Buenos días, respondieron tres. Una de las Gestoras ni levantó la cabeza.  Tenía un carácter agrio.  Siempre malhumorada. 

Su falta de cortesía era marca de la casa. Ya la iba conociendo. En su momento la pondría en su lugar, ahora se contenía. No tenía prisa y, sobre todo, Antonia trabajaba bien. En la primera semana le presentó un pequeño alarde con los procedimientos que tramitaba. Ninguno llevaba mas de dos meses sin proveer. Fue suficiente para dejar las cosas como estaban en su negociado. Otros la reclamaban con más urgencia.

De paso a su despacho, se asomó al del Juez. La luz apagada y un silencio completo. La mesa con varios montones de procedimientos. Carlos llegaba puntual a las nueve, todavía quedaba media hora. Se apresuró a coger el teléfono para llamar a Claudia ya Livio. Tenía que comentarles una cuestión que le habían planteado en su Juzgado, a ver cómo lo veían ellos; la opinión de los Jueces la recabaría más tarde si era necesario. Cogió su móvil e hizo una llamada a tres.

Cuando colgó el teléfono, Severo  sonrió con ganas.  Era una suerte contar con dos compañeros a los que poder comentar sus problemas y dudas.  Tenerlos tan cerca, siempre dispuestos a discutir de cualquier asunto jurídico.  Les gustaba, como  a él, el Derecho y las muchas posibilidades y sutilezas que él mismo aportaba para resolver los problemas de los ciudadanos.

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