CRIMEN Y CASTIGO
Fiodor M. Dostoyevski escribió, con este título, una novela que, sin duda, debe catalogarse como obra maestra de la literatura. En ella, un estudiante acuciado por las deudas, Rodion Raskolnikov, asesina a una vieja usurera, a la que había recurrido para obtener un préstamo, y empeñar varios objetos. La trama psicológica de la novela nos presenta la ensoñación de Raskolnikov acerca de la división de la sociedad en dos tipos de seres humanos: los superiores, con derecho a hacer lo que les venga en gana, y los inferiores, obligados a quedar sometidos a las leyes, y sin más función que la de perpetuar la raza humana. Viéndose en esa posición superior, libre de emociones, considera que su homicidio no debe generarle ningún tipo de arrepentimiento. La lucha en su interior acaba con la derrota total de esa idea de pertenencia a la élite superior, y la convicción de que, en realidad, forma parte a esa clase inferior que despreciaba. Y en esa conversión aparece la posibilidad de una cierta redención, confesando a las autoridades su crimen, y liberando a un acusado injustamente por el mismo. Su redención se completa con su condena a trabajos forzados a Siberia y su amor por Sonia, con la que piensa rehacer su vida una vez cumplida la condena.
Esta inmortal obra se me vino a la cabeza al contemplar el trato dispensado por el ministerio de justicia a nuestro Cuerpo, al que ha mentido hasta la saciedad, y con el que no ha dudado en usar todo tipo de engaños, manipulaciones y deslealtades, como creyéndose parte de esa clase superior, a la que todo le está permitido, y que puede actuar como considere oportuno con respecto a la clase inferior, que ahí está solo para ser estrictos cumplidores de la ley y para seguir procreando. No sé, en todo caso, si esa manera de actuar ha generado, en alguno de los componentes del equipo ministerial algún tipo de remordimiento, aunque sea una leve punzada de inquietud por los métodos y medios empleados para decir una cosa y hacer exactamente la contraria, para comprometer su palabra y luego negarla, o, lisa y llanamente, incumplirla sin mayores explicaciones.
Tampoco sé si algún día les llegará ese atisbo de redención que se observa en la actitud de Raskolnikov, si serán conscientes de sus entuertos, aunque ya no estén ni en condiciones de solucionarlos. Solo espero que se den cuenta del daño que le han hecho a la Administración de Justicia, pues han conseguido, sorprendentemente, encabronar a todos (es una expresión fuerte, pero que responde perfectamente al estado actual de las cosas) y cada uno de los colectivos que lo integran: Letrados de la Administración de Justicia, Jueces, Fiscales, funcionarios, abogados y procuradores del turno de oficio, etc. Es difícil conseguir mayor despropósito.
Está claro que la lealtad a la palabra dada y a los compromisos y acuerdos firmados no está en el ADN del equipo ministerial. Ellos sabrán por qué prefieren quedar como gente en quien no se puede confiar ni lo más mínimo, pero en su crimen tendrán su castigo.
Por Jaume Herráiz, Director de la Comisión de Estudios del Colegio Nacional de Letrados de la Administración de Justicia